A la conquista de la suerte: Vélez 1 - 0 Deportivo Quito

Hablar de la suerte en el fútbol siempre encierra el peligro de provocar la crítica fácil. Cuando se gana, se acostumbra hacer hincapié en las virtudes de un equipo, y la lógica dice que por ello cuando se pierde debe ahondarse en los defectos. Pocos se acuerdan de la fortuna al regodearse en la victoria y así, invocarla en la derrota suena a excusa barata. Es cierto, a la suerte hay que seducirla con condiciones, trabajo y perseverancia, pero aún así es imposible garantizar que acompañe. Existen entonces equipos malos con suerte y buenos desafortunados. El problema es que se puede ser exitoso con modestos méritos, pero nunca con poca fortuna.

Pocos recuerdan en las primeras evocaciones de la gloriosa consagración continental del ‘94 cuántas definiciones por penales se debieron sortear hasta alcanzar la copa. El comentario vendrá después de detallar los interminables y floridos atributos de aquel equipo, como si los centímetros a los que estuvo el Tito Pompei de estirar el desenlace de la gesta hubieran sido muchos más que los que en verdad fueron. En aquellas épocas sólo unos pocos sospechaban que el portador principal de semejante fortuna era el técnico, hasta que se llevó su atributo a La Ribera y quedó en evidencia en tantas otras victorias, lo que lo definió masivamente como portador del “celular de Dios”.

Pero vamos a lo que nos ocupa. Este Vélez ya debió soportar un gran desplante de la susodicha el año pasado, cuando el Pelado que también terminó en La Ribera se resbaló en un momento clave. Hoy, con menos material que entonces en sus filas pero siempre con gran valía colectiva, el Fortín de Gareca ya empezó a soportar la histeria de la suerte en esta Copa. Y sí, me animo a asegurarlo en la victoria. En Quito, un árbitro se equivocó en su contra cuando había hecho un partido perfecto, volvió del entretiempo, Barovero salió mal una vez y fue gol. En Liniers y ante el mismo rival, le anularon mal un tanto, se cansó de cascotear el área de Elizaga, vio a la pelota estrellarse contra el palo y al final pareció convencer por cansancio a la fortuna en cuestión, abrazando un 1-0 con demasiado sabor a poco. Y hasta en ese final ella dejó en claro que es imposible ganar sin tenerla a favor: el centro lo tiró Domínguez, antes merecedor de expulsión por aplicar un reprochable e infantil puñetazo no advertido por los jueces. Por suerte.

Habrá mucho por mejorar. Esta vez, la defensa no fue exigida a fondo y hasta Cubero se lució, aunque en ataque. La contundencia quedó en deuda y siempre será posible optimizarla con trabajo, aunque por todo lo antedicho, no hay que dudar a la hora de explicar ciertos hechos futbolísticos según los inquebrantables caprichos de la fortuna. Podremos intentar negarla, pero como la perfección no existe en este deporte, ningún equipo fue capaz de hacer historia sin haberla conquistado.

Por Marisa Pontieri (TyC Sports).