Vergüenza

Poco se puede hablar sobre la violencia sin caer en lugares comunes. Sin decir “otra vez la barbarie” o echarles la culpa a “los inadaptados de siempre”. Aunque, sin importar las palabras que se le pongan, todos sabemos desde dónde se podría limpiar esta mancha que cubre al fútbol. Desde arriba. Desde donde mantener a los barras y el desorden conviene por asuntos políticos o por negociados turbios y conjuntos. Así, mientras sigamos asistiendo al circo mediático de larga data que pregona más que lo que hace, el problema de fondo no va a cambiar. Y nosotros, los hinchas rasos, continuaremos actuando de extras en este show lamentable.

Lo alarmante es que hasta ahora, en el negro historial que une a Vélez y San Lorenzo, las víctimas no fueron precisamente perdidos barrabravas, moviéndose en su ley. Germán Barbaresi, aquel olvidado hincha asesinado por un barra del Ciclón en 1995, y Emmanuel Alvarez, no formaban parte de ninguna hinchada, sino que eran simpatizantes comunes y aislados. Habrá que esperar las aclaraciones (y también las sospechas) para aproximarse a lo que le sucedió a Ramón Aramayo, aunque está claro que la violencia no distingue entre los que la incitan y los que sólo la padecen. Y que los que tienen que brindar seguridad también se pueden convertir en víctimas, victimarios, o actores con oscuros intereses. En medio de ese caos las presas, siempre, podremos ser todos.
Así que no vale que mirar para otro lado. Desde nuestro lugar siempre se podrá aportar algo para cambiar las cosas. No casualmente toda la histeria que volvió a desembocar en tragedia se dio frente a un equipo con el que nos une una profunda rivalidad. Se puede evitar caer en la locura de pasar de la cargada a la amenaza, porque de la amenaza a los hechos puede haber sólo un pequeño paso. Es posible no festejar el aguante mal enunciado, que se adjudica muertes o agresiones como si fuesen trofeos. Ni hablar de caer en la estupidez de tirar cosas al campo de juego, pretendiendo intervenir en un espectáculo del que, entendámoslo de una vez, sólo somos el público.
Hoy, la vergüenza y la muerte nos tocaron de cerca. Antes había sido en el medio de la Perito Moreno, ahora en las puertas de nuestro estadio. Para alejarlas, sólo cabe actuar y exigir que otros, los que mandan, también lo hagan. Mientras tanto, habrá que resignarse a ver Vélez-San Lorenzo desde el sillón de casa. Y, con todo el dolor del alma, ojalá que sea obligados y por varios torneos. Será el precio más bajo que deberían pagar los inocentes por culpa de los exaltados.



Por Marisa Pontieri (TyC Sports).