lunes, 13 de junio de 2011

El domingo interminable

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Hoy, a diez días de sufrir un golpe que no olvidaremos nunca, dimos vuelta la página y nos reencontramos con la gloria. Y esa marca de orgullo también brillará por siempre en nuestra historia. Hoy, sólo sabe una palabra, GRACIAS, para expresar lo que sentimos para con este grupo de guerreros, que en este semestre derribaron primero las falsas premisas, las barreras mentales que aseguran que es en vano pelear Copa y campeonato a la vez, para luego luchar con esfuerzo contra otros variados escollos como lesiones, cansancio o absurdas sanciones. Al final, nada pudo interponerse entre este gran Vélez y su marcado destino, el de ser un campeón con todas las letras, sin dudas el mejor tanto en fútbol como en espíritu.

Ya habrá tiempo para repasar los factores que forzaron el desenlace feliz, pero resulta imposible no resaltar algunos pasajes que le dieron forma al camino, desde aciertos dirigenciales como haber apostado a la continuidad del cuerpo técnico y las figuras sin corona del campeonato anterior, hasta situaciones que impulsaron el crecimiento del grupo, como las lesiones que complicaron el inicio, las variantes obligadas que hicieron del mediocampo un punto fuerte, la consiguiente mejoría en defensa, el recambio inteligente que elevó a suplentes al nivel de titulares, haber mantenido siempre la motivación… Y, si hablamos de nombres, deberíamos nombrar al plantel completo, empezando por Gareca, ese hincha y maravilloso conductor que logró algo más difícil que un título: marcar una época en Vélez. Algo que hasta ahora sólo había conseguido Bianchi.

El semestre fue extenso tanto para el físico de los jugadores como para la mente de todos. Cuánto valió la pena. Y en un final acorde, lo verdaderamente interminable fue este domingo, que arrancó temprano con esa cita soleada y en una cancha vacía, transformando lo insólito en una escena de extraña poesía. Pareciera que ese trámite cerrado y tensionante hubiera sido hace siglos, casi que nos lo hubieran contado. Que el gol de Silva, los roces, el penal de Ramírez, fueron acciones perdidas en una batalla larguísima. En la memoria, hasta será difícil diferenciar las atajadas de Barovero de las de Ojeda. Hoy jugamos un solo partido, de seis horas, con merienda como entretiempo y epílogo de fiesta. No cualquiera puede darse el lujo de ser hincha del campeón al cabo de una jornada tan atípica y repleta de emociones.

Por eso, el cansancio ya no va a aparecer. El reloj dice que hace rato es lunes, pero para nosotros, quién sabe hasta cuándo, seguirá siendo domingo. Seremos parte de una postal en la que el tiempo se detuvo. No, esta noche no se va a terminar. Las miles de almas que se unieron en el Amalfitani porque las convocó un sentimiento y no un partido de fútbol continúan ahí y no se irán jamás. Y entre ellas, se siguen mezclando las de los protagonistas, tanto que cada vez son más difíciles de diferenciar.

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