Después de conocer a nuestro próximo rival en la Libertadores, se hacía muy difícil pensar en otra cosa que no sea el cruce en México. Nada existiría más allá de las Chivas, el viaje y el martes. Pero el muletto hizo enormes méritos, logró captar del todo nuestra atención frente a Tigre y nos lavó el cerebro por un rato. Y, con ese final a pura emoción, nos dejó entre sorprendidos y eufóricos.
Siempre con la premisa de no exigir de más al equipo B, el arranque ante el Matador tuvo un saldo tan intrascendente como irreprochable. El primer guiño llegó en el segundo tiempo con la entrada de Cristaldo. El Churri le cambió la cara al desarrollo, aportó el cambio de ritmo y la desfachatez que faltaba, las ganas de volver con todo… él fue responsable directo de la inferioridad numérica del rival, después de la que Vélez profundizó aún más su dominio.
Así, como cuando se juega sin presión y tratando de demostrar, los suplentes comenzaron a redondear la noche. Salvo alguna duda de Barovero al mejor estilo Montoya y alguna imprecisión peligrosa de Bella, no hubo más lugar para reproches: todos rindieron, con mención especial para Velázquez. Pero tanta concentración y pases justos se topaban con algo de timidez a la hora de definir… Hasta que Razzotti, que quería ganar como sea, se escapó en el descuento para actualizarle el mote del héroe al gran Roly Zárate. Mejor no podía salir.
Acto seguido de gritar el gol, recordé lo importante que era ese triunfo para la tabla de la Sudamericana. Y supe con claridad que los pibes -y no tanto- habían logrado lo inimaginable: darle un recreo a nuestra obsesión con la Copa. Qué importante que es ganar estos partidos con este equipo. Y qué importante es jugar con este equipo para ganar estos partidos. Porque el otro, el de los consagrados, tiene que estar con la misma idea fija que nosotros.
Por Marisa Pontieri (TyCSports).
