martes, 2 de octubre de 2012

Perder y sus consecuencias: Vélez 2 - 4 Colón

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Una sola tarde les bastó a Vélez para pasar de la alegría a un mar de dudas. Noventa minutos para una muestra de la debacle que puede significar confundir confianza con relajación y para recordar, como siempre, que la fortuna también juega y define. Porque Vélez empezó a perder este partido con la injusta expulsión de Papa frente a River, pero también perdió por la abrumadora efectividad de Colón, que sin haber tomado el protagonismo en ningún pasaje del partido supo clavarle el puñal hasta el fondo de la red en cada situación de peligro, sobre todo en los centros.

A partir de allí, claro, se puede empezar a hablar de los errores propios, que se arrastraron unos a otros como un dominó maldito. El ingreso de Bíttolo difícilmente sea reprochable si no se tiene en mano el diario del lunes, porque Gareca priorizó no mover las piezas que venían dando vastos resultados en el resto de las líneas. Es que, si bien su inclusión a priori podría causar algún tipo de escozor por algunas opacas actuaciones del pasado, ni el más pesimista habría podido imaginarle una tarde tan negra. Todos afrontamos el choque con Colón con un optimismo fundado, pero quizás excesivo: creímos que como el Sabalero venía cuesta abajo y hasta había jugado (y perdido) entre semana iba a ser tarde o temprano una nueva víctima del Amalfitani.

La media hora del terror nos bajó rápido a la realidad, con tanta virulencia que pasamos directo al subsuelo. Montoya, Tobio-Domínguez y Bíttolo se encargaron de dilapidar en tres jugadas toda la paciente elaboración que el equipo intentaba unos metros más adelante. Que quede claro: el verdadero Vélez no es ese rejuntado de ingenuidad suicida, pero tampoco el equipo arrollador que empezamos a imaginar con los últimos éxitos. Sus dos caras conviven en apenas once nombres: abajo es una cosa y arriba otra. Ahora ya sabemos qué tan capaz es de atentar contra sí mismo desde su propio fondo.

Lo que siguiera a tanta desgracia nunca podía conformar a todos. Hasta la derrota más injusta o inesperada divide aguas. Gareca hizo lo que tenía que hacer, por más que en clave de fútbol ello significara una vil incineración. En el marco apocalíptico del momento, la movida sumó dramatismo al ponerse el hincha en la piel del pibe de escasas chances, al que se le vislumbró una oscura salida del equipo para nunca más volver. Pero superado el trance, lo cierto es que nadie puede asegurar que será así, más por jugar en un puesto que, como demostró la experiencia, no se cuenta con tantas variantes. Además, ¿qué tenía que hacer el Tigre? ¿Rogar que Bíttolo, en vez de angustiarse por lo que venía sucediendo, aumentara su voluntad de demostrar aptitud? ¿Arriesgar otro rato para ver si un golcito más terminaba de quemarlo a la vista de todos? Tristemente, el joven defensor se quemó solo en la cancha, y la modificación de Gareca hasta lo cubrió con un manto de piedad al colocarlo en posición de víctima.

Fue una decisión dolorosa, y si bien uno se tienta a pensar que sacar a un pibe siempre es más fácil, es cierto que con el ingreso de Peruzzi y el pase de Bella al lateral izquierdo las cosas se acomodaron. El cambio funcionó, y nada tienen que ver ahora otras circunstancias pasadas que sin duda ameritaban golpes de timón similares que brillaron por su ausencia. Hoy, a los otros responsables les pesó a su favor ser aquellos que venían jugando siempre, más allá de su nivel de experiencia. ¿No sería aún más escandaloso cambiar de arquero? Aunque a este punto, por supuesto, no vendría mal hacerle un seguimiento en las próximas semanas. La experiencia dice que Montoya pierde confianza fácilmente, como con aquel promocionado y afortunado cabezazo de Palermo que lo puso barranca abajo hasta hacerle perder el puesto a manos del arquero de River. Ojalá no se repita la historia.

Después de lo peor, llegó el partido que todos esperábamos. Vélez sacó a relucir su orgullo y su entrega, la gente empujó con todo desde las tribunas, Romero y Pratto se lucieron y dejaron en un segundo escalón a Cubero (hay que reconocerlo, jugó bien más allá de algún incidente típico de él), Bella y Cabral. Pero entonces la fiesta ya estaba arruinada, y no hubo esfuerzo que alcanzara para salvarla.

El Fortín pagó carísimo en un encuentro atípico tanto sus errores como las circunstancias en las que se dio el pleito. Ojalá que estos sorpresivos golpes lo despierten a tiempo para prevenirse de sus peores facetas en los juegos que vendrán, y que los momentos de desesperación no hayan quebrado ningún engranaje a nivel grupal. Habrá que trabajar para traducir esta caída en una oportunidad de crecer. Sin dudas que es posible soñar con un despegue en Rosario.

Por Marisa Pontieri (TyC Sports).

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