viernes, 12 de abril de 2013

Bianchi está loco

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Seguro que hasta algunos hinchas de Vélez habrán pensado que Carlitos, el que de pibe había sido campeón y volvía de Francia para reemplazar a Eduardo Manera, deliraba cuando en una de sus primeras palabras públicas como entrenador, allá por el 93, decía que había vuelto a Vélez para ubicarlo entre los grandes. Eran épocas en las que el club apuntaba a entrenadores prestigiosos, de los que salían en las pocas páginas que los diarios les dedicaban al deporte, a los Basile, los Bambino Veira, pero no podía ser campeón, aun con también buenos futbolistas, desde el Beto Alonso al Cabezón Ruggeri o al Flaco Gareca.

Allí donde hoy el club tiene la pileta descubierta, hermosa obra, se preparaba el equipo del barrio para derrumbar al imperio milanés (busquen la nota del enorme Flaco Rafael en El Gráfico de esos días para entender mejor aún la proeza y emocionarse). Chilavert se mezclaba con las chicas del Profesorado de Educación Física que vendían rifas para comprarse los buzos de egresadas; Bassedas era la figurita que iba a las convocatorias del Passarella seleccionador; el morrudo Asad andaba en dupla con el también grandote Turu Flores, el delantero de colita noventosa que no había podido ganar con la Banda del gol y el toque, ese Sub 23 de Latorre y Gamboa que patinó en Paraguay. Desde allí Vélez, entonces, con el cuerdo Bianchi, salió campeón del torneo local, y de la Libertadores, y de la Intercontinental del penal de Trotta y el empujón hambriento del Turco a ese prócer de bronce que aún es Baresi. Vélez patentó ese estilo. Desde los pelotazos de Chila para los tanques arriba, hasta la inteligencia y la solidez del todo. Muchos pibes que hoy andan por los 30 años relanzaron su fanatismo por ese equipo. Era un orgullo ser de Vélez.

Aunque lo mejor de todo es que Bianchi, el mismo que joven pero con el pelo ya débil dio la vuelta en el 68, no fue una isla sino que lanzó a Vélez al mundo. Ser campeón se hizo hábito. Y bastante tiempo para acá, justamente un título, tal vez el único cuestionado por el gusto popular de algunos, lo hizo volver a hablar de un estilo, aun distinto al del Virrey de Liniers, porque ahí nació el apodo. Fue en esa final con el Huracán del Tiki Tiki, el de Cappa. Esa tarde en Liniers, más allá de las polémicas por el gol de Maxi Moralez (tal vez no sea estratégico omitir un juicio sobre el choque entre Larrivey en Monzón en www.porvelez.com.ar), Vélez jugó como Vélez y Huracán fue una brisa de ese club que de ser campeón, por sus problemas institucionales, hubiera obligado a quemar todos los libros. Allí fue la última vez en los últimos años que al equipo de Gareca se lo sólo asoció con la solidez y no con la belleza hija de los resultados. Porque hace rato que el fútbol argentino hay un lugar común que, a diferencia de la mayoría, sí tiene contenido: da gusto ver jugar a Vélez.

Con los focos en el Boca de Falcioni, de hecho, nadie dudaba de que entre el vídeo de ese campeón aburrido y las imágenes del Vélez del Burrito Martínez, el Enano Moralez, Silva, el de las subidas permanentes de Papa y la solidez de Seba Domínguez, el hincha sólo con camiseta de buen fútbol elegía a Vélez. Pelota al piso, triangulación de movimientos para tener descarga, abanico para hacer ancha la cancha, delanteros punzantes, estrategia ambiciosa en todas las canchas. Eso que puede resumirse como el talento y la inteligencia al servicio de una táctica ambiciosa. Gareca, ese cincuentón de chapas largas y palabras en voz baja que el ahora manager Bassedas fue a buscar cuando nadie pensaba en él, le dio una mecánica tan vistosa como ganadora a su equipo, tan eficiente para el equipo como para el club. Permitió vender y seguir ganando, jugara el brillante Burrito o Chucky Ferreyra, el recuperado Tanque Silva (si lo habrán insultado en su primera etapa) o ese tractor elegante que es Pratto, Moralez o Insúa, Otamendi o el pibe Tobio, Augusto Fernández o Bella. Eso, los pibes. El club de los Peruzzi (hoy el mejor 4 del fútbol argentino no sólo para Sabella), los Allione, los Romero, o hace un rato los Canteros. Como en una época si eras chico tu papá te llevaba a Argentinos Juniors porque ahí llegabas a Primera, y de ahí habían salido Redondo, Cambiasso y Sorin, ahora un padre inteligente hace que su chico juegue en Liniers.

Ese estilo está potenciado, y ayudado, en realidad es un efecto boomerang, por la seriedad de sus dirigentes. Vélez es un club profesional con espíritu amateur, aun cuando como todos tenga algún temita que resolver con sus pandilleros más revoltosos. Sale un presidente (Raffaini) y sube el vice (Calello), supo ganar el torneo económico con Pistola Gámez y después ganar los títulos que se le pusieron en su ruta. En un fútbol argentino que ha bastardeado a la figura del manager, al punto que el cuerdo Bianchi volvió a parecer un loco en Boca cuando intentaron su blindaje, potenció a un canterano como Bassedas. Tiene obras, armó una villa impresionante, de los mejores lugares que tiene un club para entrenarse en la Argentina. Con una economía y un equipo que hace que Gago quiera jugar en Vélez, o que Pocho Insúa tenga todo arreglado con Nacional de Montevideo y al escuchar la palabra Vélez cambie el destino de sus pasajes, o que Chucky Ferreyra elija al club cuando lo pretende River. Así Vélez fue el primer equipo argentino en pasar de fase en la Libertadores y ayer mismo no dependió de otros resultados para ver cuál era su suerte. Con ese estilo va en búsqueda de esa espina que para todos, desde Gareca hasta los hinchas, los otros hinchas como él en realidad, es la Copa Libertadores.

Todo eso es la grandeza de Vélez.

Bianchi nunca estuvo loco...

Por Marcelo Sottile.

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Comentarios

1 comentarios sobre " Bianchi está loco "

LA naranja mecanica dijo...
10 de abril de 2013, 19:57

Excelente editorial!!!

Por favor no pasar insultos.
Gracias por visitar PorVelez.com.ar

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