De pie, señores

Foto: Daniel Martínez.

Cada corazón que late en ese mítico estadio José ‘Don Pepe’ Amalfitani, se hace más fuerte cuando ve a su Vélez salir al campo de juego. Porque nos recuerda la infancia, nuestros ídolos de adolescentes, nuestra admiración por ese técnico trabajador, por llevar a nuestra novia o llevar a nuestros hijos. Pero por sobre todas las cosas, por mirar la camiseta blanca y la V azulada en el pecho de los jugadores, que intentarán representar esos colores tan maravillosos que le han dado a nuestra existencia.

¿Qué sentís cuando vas a la cancha? ¿Qué sentís cuando llueve y te tomás el 34 o el Sarmiento para ver a nuestro Vélez querido? ¿Cuántas veces te tiemblan las manos al saber que el Fortín de Villa Luro pierde un partido o lo gana raspando?

De esos sentimientos hablo. Ser de Vélez no es creerse más o menos que otros, sino ser una institución seria, que trata de crecer día a día con errores y aciertos, que piensa en el club como una gran familia, que con humildad, pero sin desacreditarse, quiere ganar lo que se le presenta y que piensa en nos, y no en para quién.

Desde los años 90 que Vélez ha tenido un presente magnifico y aquí se le han dado los réditos para ser notorio ante la opinión pública, la vox populi y los medios masivos de comunicación. Nos han dicho que no tenemos historia previa antes de esa época, pero quiero responderles que tenemos tanta historia como cualquiera de ustedes, porque las leyendas urbanas no se marcan solamente con títulos, sino con la sangre, el sudor y el sacrificio de nuestros antepasados.

La historia se hace con pasado, presente y con futuro. La conjunción entre nuestro pasado y presente nos hacen denotar ante el resto; pero para noticia de algunos, Vélez piensa en futuro. Cuántos equipos viven del pasado y hoy siguen creyendo que son los dioses del fútbol. Así le fue a River y observen el presente de Independiente, con todo el respeto que tengo sobre los hinchas de dichos clubes y que las decisiones dirigenciales no pasan por ellos.

Nuestro Vélez que nos ha dado llantos, heridas, peligros, viaje, cantos que enerven nuestra sangre, tristezas y alegrías (la última por sobre todas las cosas), amigos, anécdotas, sonrisas y abrazos, forman parte de nuestro inconciente colectivo y conforman una mini comunidad velezana.

Nosotros debemos ser felices que nuestra institución participe en competiciones internacionales y seamos respetados por centenares de equipos en toda América, porque eso valora el trabajo de los que representaron nuestros colores. Es cierto que los jugadores y dirigentes van pasando, pero les digo algo, muchachos: José Amalfitani siempre vivirá, José Luis Chilavert, Norberto "Beto" Conde, Manuel Giúdice, Omar Wehbe, Daniel Alberto Willington y su posición en la sombra, Oscar Huss, Carlos Bianchi, Miguel Ángel Benito y Héctor Bentrón, dejaron su granito de arena para que nosotros seamos lo que somos.

Hoy me acuerdo de gente como el viejo Ponce (que en paz descanse), que iba a los partidos de Vélez sin ver el campo de juego, caminando con dificultad en La Plata o en La Fortaleza del Sur (año 2009) y preguntando “¿Quién hizo el gol?” por el problema que tenía en la vista, debido a los años acumulados. Hoy me acuerdo de gente como ‘Bigote’ (como le digo yo) parado en lo bajo de la tribuna, cantando las canciones y haciéndose mala sangre por los colores de mi corazón.

¿Ven que la historia se construye en base a esas personas también? Ahí no hay relevancia pública, pero la historia personal hace grande a nuestro club.

Por eso, hincha de Vélez, amigo/a, hermanos, familiares o sea quién fuera, cuando vayan a la cancha el próximo fin de semana o entre semana para alentar a esa camiseta que tanto significa y ha significado en nuestra existencia, acordate que siempre hay otro u otra que pelea de la misma forma que vos por nuestra institución, que siente a su modo los colores de nuestra pasión y que pone la euforia necesaria en cada canción.

De pie, señores: esto es el Club Atlético Vélez Sarsfield. El club de todos, el club que queremos ver en lo más alto, con la misma identidad de respeto y humildad que nos caracteriza y nos han impuesto nuestros viejos.

Por Sebastián Auro.