El presente de Vélez por Diego Fucks

La seriedad y la constancia con la que Vélez maneja su fútbol permite pensar que los tropiezos son pasajeros. Es más, los periodistas cometemos un error básico: creemos que todo lo que le pasa a Vélez es pasajero, salvo la victoria. Vélez nos acostumbró a eso. Bassedas, Gareca, la Comisión Directiva, los jugadores –los que se fueron y los que están— nos exhiben todo el tiempo un imaginario certificado de probidad, eficiencia, cabeza fría, de determinaciones acertadas. Eso es lo que se ve desde afuera y es lo que Vélez muestra cada vez que juega un partido por lo que sea. Pongamos ejemplos de partidos que perdió. Entre el comienzo del torneo y la Copa Libertadores, perdió con Emelec, Independiente y Lanús. El partido contra el cuadro granate lo jugó con futbolistas que no son habitualmente titulares, así que podría quedar fuera del análisis aunque pudo haberlo empatado.

Pensemos en Emelec e Independiente. En Ecuador, Vélez no jugó “como nos tiene acostumbrados”, dirían los críticos. Estuvo impreciso, Gago debutó y jugó como de enlace, por delante de Cerro y se perdió en cuanto el cuadro de Gustavo Quinteros lo presionó. Gago debió tirarse más atrás, Insúa salió por una lesión ocular y Vélez se quedó sin pelota limpia que le llegara a los de arriba. Esa noche, Copete entró a jugar por el medio. No dio resultado. Lo de Independiente tuvo cierto cariz milagroso, aunque no todo entra en la categoría de “milagro”. Vélez también fue responsable de esa derrota. El partido tuvo cierta paridad hasta que el equipo de Avellaneda quedó con diez jugadores, a los 20 del primer tiempo. Independiente entregó campo y pelota. Vélez no siempre hizo lo correcto con el dominio total de esos dos elementos vitales en el fútbol. Si uno cuenta las situaciones de gol que Vélez creó en proporción al tiempo que controló la pelota, fueron pocas. La más clara, la de Rescaldani con el arco libre, no fue “salvada milagrosa”. Rescaldani se demoró y permitió, en ese lapso, que Mancuello se la quitara. A veces los hinchas y muchos periodistas explican todo con “ligar” o “la suerte”. Me niego a eso. A lo sumo, podré decir “Vélez pudo haberle empatado a Independiente” o “mereció ganarlo”. Pero no lo perdió por mala suerte. Perdió porque no supo o no pudo vulnerar la fortaleza que Independiente levantó en la puerta de su área. Y cuando logró sortear esa fortaleza, Rescaldani se durmió. Pero Vélez siempre fue favorito, siempre fue el que tomó las riendas y se hizo cargo. Con errores, con imprecisiones, con defectos, pero se hizo cargo de todo. Hasta de sus problemas.

Algunos especialistas tomaron el ciclo Argentinos Juniors (Vélez ganó un partido feo, ajustado), Emelec e Independiente para hablar de cierto bajón de Vélez. Recordé el comienzo de la temporada, allá por agosto de 2012. Vélez empezó con un 3-0 sobre Argentinos, tuvo un empate pálido con Independiente 0-0 y después perdió con Lanús. Recuerdo que se preguntaban (ahí sí me incluí, Vélez había cambiado medio equipo) si la transición iba a doler, como la mayoría de las transiciones. No fue así: Pratto rindió como aquel que amargó al Flaco Gareca una noche en Liniers, con la camiseta de la Universidad Católica. Chucky Ferreyra fue una de esas compras quirúrgicas que suele hacer Vélez en cada temporada y sumó a los chicos Allione, Brian Ferreira, Lucas Romero, a los de siempre (Cubero, Domínguez, Papa, Insúa) más Cerro, Tobio y al excelente rendimiento de Sebastián Sosa. Todo esto levantó a Vélez de tal modo que salió campeón. Y salió campeón sin que existiera discusión alguna.

Otra vez, como hace seis meses, fue de menor a mayor. Ahora parece haberse reencontrado. Uno podría dar como lógica la cómoda victoria sobre el modesto Iquique. El propio peso individual y colectivo de Vélez podrían haberle dado al partido los mismos números contundentes que tuvo el resultado final con jugar sólo un rato bien.

Peñarol fue otra exigencia. El equipo de Gareca necesitaba jugar como en sus mejores tiempos para llevarse algo del templo uruguayo. No porque Peñarol sea el Barcelona, sino porque la camiseta de Peñarol más un plantel y un técnico respetabilísimos más el Centenario. En el primer tiempo, Vélez no sufrió en arco propio, pero no la pasó bien en lo que llamamos “trámite”. Peñarol presionó sobre los volantes centrales velezanos y la salida se le hizo muy cuesta arriba. Gareca se quema las pestañas buscando Plan B para cuando le tapan el primer pase. En general, el remedio es romper por afuera, aunque Vélez tiene una variante: al Flaco le gusta Iván Bella a la derecha. El zurdo cerrado jugando de “8” tiene antecedentes. El Chino Tapia en el Boca 92 es un caso. El mismísimo Messi, aunque más como delantero, trabajó durante mucho tiempo sobre el sector opuesto a su pierna más hábil. Bella tiene que soltar la pelota más rápido, es el defecto más claro que exhibe. Pero juega muy bien, le pega muy bien, tiene criterio. Insúa recuperó de a poco su nivel, Gago se lesionó pero es imposible que no rinda. Pratto es dúctil para moverse arriba y actuar, como lo hizo en el segundo tiempo en Uruguay, como “9-9”. Fue así que Gareca, a diferencia de Ecuador, mandó a Copete pegado a la raya izquierda y, desde allí, el colombiano encontró un rendimiento óptimo. Primero, en un pase-gol a Insúa que terminó en un zurdazo cercano del 10. Después, cuando se llevó de paseo al marcador, levantó la cabeza y se la tiró chanchita a Pratto para la definición.

El partido de Montevideo nos devolvió un recuperado Vélez, aún con la baja reciente de Gago y la más lejana de Chucky Ferreyra. Gareca parece encontrar el camino, de la mano de una victoria de aquellas típicas del Vélez copero. Este año, el cuadro de Liniers está detrás de la gloria internacional. El camino, como dijeran Los Beatles, es largo y sinuoso. Vélez tiene máquina para recorrerlo. Será cuestión de ir encontrando el rumbo para afrontar lo que viene.

Tiene jugadores, técnico, dirigentes, club. Tiene todo para intentar la proeza.

Por Diego "Chavo" Fucks.

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