miércoles, 14 de noviembre de 2012

Rugidos de Tigre

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Durante todo el partido se vio un Gareca enojado, disconforme con el rendimiento de sus dirigidos. Los cambios antes de los diez minutos del segundo tiempo, son una clara señal del malestar del DT.

Gareca suele vivir los partidos de manera intensa. Casi siempre de pie, al borde de la cancha, gesticulando y dando indicaciones de forma permanente. Alienta, señala y charla mucho, especialmente con los referentes. Ante Quilmes, el Tigre estuvo especialmente efusivo en sus indicaciones. Vélez tuvo un inicio prometedor, los primeros minutos tuvo dominio de balón y de terreno. Sin embargo, Quilmes empezó a trabar el circuito de juego del Fortín y a través de pelotas paradas generó un poco de riesgo. En la primera etapa el mediocampo estaba impreciso, los delanteros no podían sostener la pelota y el Cervecero llegaba a tres cuartos de cancha sin mayor resistencia. Los nervios de Gareca, y de todo el público velezano, aumentaban. Faltaba marca y juego. Apenas algunas apariciones de Insúa, permitían ilusionarse con la llegada de un gol. Estáticos para recibir la pelota, a destiempo para ir a la marca, Gareca reclamaba a gritos a sus dirigidos mayor atención y compromiso. Como si fuera poco lo que le generaban sus jugadores, el árbitro Ceballos amonestó a Dominguez y a Cubero, ambos llegaron a la quinta y no podrán jugar ante Boca.

En la segunda etapa, Vélez debía aprovechar el hombre de más que tenía. A los cinco minutos, el Tigre mandó a la cancha a Romero en lugar de Cerro. Pancho está en un nivel un poco más bajo desde que volvió del desgarro y el equipo lo siente, el primer pase es su responsabilidad. Cinco minutos más tarde ingresó Allione por Bella. Iván no termina de acomodarse como volante por derecha, al tener el lado cambiado no puede explotar su velocidad al máximo y se repite en el enganche hacia adentro. Pocas veces Gareca realizó modificaciones tan tempranamente. Un claro gesto de disconformidad en relación a lo que veía. El Fortín se repetía en pelotazos y los gestos de fastidio del Tigre eran cada vez más notorios. El grito constante era “jueguen, jueguen” desde el momento que Sosa tomaba la pelota. El gol fue un deshogo grande, pero no bajó el nivel de las indicaciones. Una vez que el Vélez dominó el juego, falló en la definición. Gareca quería liquidar el partido, sabía que era posible evitar el sufrimiento de finalizar con la mínima diferencia. 

Consumada la victoria, en ningún momento expresó públicamente el enojo o los errores puntuales de algunos jugadores. Una vez más, demostró cómo debe declarar un entrenador al terminar un partido. Marcará los errores de forma personal, no públicamente. En una época en la que el periodismo juega a ser aliado y cómplice de los protagonista, en Vélez se habla y se aclara todo dentro del vestuario. Más aún, algún otro técnico habría hecho algún comentario sobre las amarillas a los jugadores que llegaron al límite y se perderán nada menos que el choque ante Boca. Pero Gareca solo habla de fútbol.

El Tigre emocionó a todos con sus lágrimas luego de cada título, las lágrimas de un verdadero hincha, recordando tantas épocas de sufrimiento en el momento de mayor alegría. De la misma manera dirige cada partido. Lo vive como hincha, lo sufre como un hincha, lo disfruta como un hincha.

Por Alejandro Germino (@alegermino en twitter).

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